Tango

BAILEMOS TANGO MI AMOR

La decisión ya estaba tomada: iba a aprender a bailar tango. Es más: tenía que aprender a bailar tango. Y esta vez sí iba a poner todo el empeño escatimado en tantos años de infructuosos intentos. Y como esta vez estaba realmente dispuesta a llegar hasta el final a llegar hasta el final, lo primero que tenía que hacer era tomar clases como Dios manda, es decir, con profesor y todo. Existía un último reto, convencer a mi marido.

        Y luego de poner en juego mis mejores y más elaboradas maniobras de “manipuloseducción”, conseguí arrastrarlo a la clase. Lo mejor y más increíble de todo, es que ¡le gustó!

Clase 1

        -Lo primero que vamos a aprender del tango es el abrazo –dijo Julio Horacio, el profesor.

        Yo pensé que esto no tendría mucha ciencia, porque abrazarse es algo que todos hacemos habitualmente, de una manera espontánea, qué sé yo, natural, sin aprendizaje previo. Pero no. Al parecer, detrás del abrazo en el tango se esconde algo bastante más complicado.

        -En el tango los cuerpos tienen que armar un circuito de tensiones encontradas. El brazo debe estar firme, pero sin empujar. Las piernas en contacto, pero sin asfixiarse ni impedirse el movimiento. Tengan ustedes en cuenta que en este baile el equilibrio no está en cada uno, sino en el centro de los dos, y si no se entienden pueden desestabilizarse. Tienen que aprender a comunicarse para poder disfrutarlo juntos.

Entonces Alberto, mi marido, me tomó en sus brazos, juntas las piernas, con una mano sujetándome de la cintura y con la otra, arriba y firme. Hasta aquí todo bien, en teoría, si no fuera porque su mano en la cintura me tenía suspendida en el aire, sus piernas juntas no me dejaban mover, y su mano firme era tan firme que me atenazaba los dedos.

-Tu mano debe ofrecer resistencia, de lo contrario te sientes empujada. No se puede bailar con un flan aunque tenga forma de mujer.

        Me había llamado flan con forma de mujer. Eso fue lo que dijo… y ahí terminó la clase.

Clase 2

        -Hoy aprenderemos el paso básico, que son ocho compases. ¿Ven? Uno, dos, tres, cuatro… y en el quinto la mujer debe tener el peso del cuerpo en el pie derecho y entonces, con ese mismo pie, y cambiando el peso, ella sale hacia atrás y seguimos, seis, siete y ocho… ¿Queda claro?

        Dijimos que sí (no sin ciertos reparos) y empezamos a bailar: uno, dos, tres, cuatro, cinco… ¡NADA! No había manera. Alberto estaba empeñado en que yo hiciera el sexto con el pie izquierdo, pero no quería entender que lo tenía cruzado por delante.

        -¡Me estás atropellando!

        -No, eres tú que no retrocedes.

        -Pero ¿Cómo quieres que retroceda si tengo el pie en el aire?

        -Pues las demás lo hacen.

        -Las demás lo hacen porque los demás lo marcan bien.

        -¡Alberto! –Se acercó el profesor- tienes que tener en cuenta dónde tiene ella el peso del cuerpo. Si no lo haces, ella no puede salir. Mira: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. ¿Viste?

        ¡Qué lindo era bailar con alguien que me entendía! Reconocí que con Alberto me sentía impotente. Me echaba a mí la culpa de sus limitaciones y no quería darse cuenta de que era totalmente imposible seguirlo.

 

Clase 3

        -Hoy trabajaremos las articulaciones del paso básico. En el ocho hay dos tiempos, uno de entrada y otro de salida, tanto en el hombre como en la mujer. Son alrededor de la pareja. El hombre puede optar por sólo darle espacio o acompañar su movimiento… Por fin había llegado lo que estaba esperando, hacer esos firuletes tan lindos, tan elegantes, tan sensuales… Salgo, entro, salgo… ¿Qué pasa? De pronto estamos los dos haciendo fuerza por no caernos, a cuatro metros uno del otro y a leguas de la elegancia y sensualidad soñadas…

        -¡¿Qué estás haciendo?! –se acerca Julio desorbitado-, queremos bailar tango y están haciendo una lucha de sumo. Alberto, ven. Ahora yo tomaré el lugar de tu pareja y te muestro qué haces. ¿Ves? Si tú no me das espacio suficiente yo me lo voy a tomar de todos modos, aunque sea alejándome…

 

Clase 4

        Aunque ya más o menos podemos movernos juntos, todavía nos cuesta mucho sincronizarnos. Después de haber trabajado con la pausa hemos conseguido, pero tras unos pasos engarzados a duras penas, me vuelvo a tropezar con sus pies (o quizá sea él quien tropieza, yo ya no lo sé). Sea como fuere, Alberto me acusa de no escuchar lo que me dice; de bailar sola. Yo le repito que no sé qué es lo que quiere que haga… pero parece que él tampoco me entiende.

        De nuevo Julio se acerca a nosotros (¿es que no hay más parejas en la sala que bailen mal?):
       
        -Alberto, si quieres decirle algo, primero tienes que contactar, llamar su atención, de lo contrario la invades, la sorprendes y en esa certidumbre no te va a entender. Llevemos esto al baile. ¡Mira! Primero buscas su pie, la detienes y luego haces el movimiento. Si antes no haces contacto será difícil que ella adivine que quieres comunicarte. Como cuando quieres hablarle: primero la llamas, y sólo cuando ves que ella te escucha, hablas, de lo contrario antes o después tendrás que gritar. Esto es lo mismo. Y tú (a mí) ten en cuenta que cuando te llama tienes que detenerte y escucharlo, si no, para que lo escuches te va a gritar. Y si están bailando, te va a golpear. Lo voy a mostrar. Acerco mi pie al suyo; ella se detiene para escuchar, hago el movimiento y espero a que ella me conteste. No lo olviden, al bailar están dialogando, nunca imponiendo. Uno habla y después de escuchar el otro contesta. Atención, sólo después de escuchar. Porque en el tango, como en la vida, si no me tomo el trabajo de escuchar, voy a presuponer que sé lo que me van a decir, y nunca contestaré al otro. Sí, acaso, contestaré a mis suposiciones, pero nunca al otro. Así, el diálogo real deja de existir y se convierte en monólogo. Esto es lo que están haciendo, y esto no es bailar tango, que es una danza de pareja en la que cada uno improvisa de acuerdo al movimiento del otro.

 

Clase 5

        Hoy no tengo ganas de ir a clase; en realidad no tengo ganas de ir a ninguna parte. Yo no entiendo qué está pasando, pero siento que mi pareja se acaba. Desde hace un tiempo discutimos por todo y no hay manera de poder hablar de lo que pasa. Son infinitos los reproches mutuos que impiden el diálogo. Es como si habláramos distintos idiomas y una dolorosa distancia, mezcla de rencor e indiferencia, se está clavando entre nosotros.
       
        Este silencio, no sé cómo ni cuándo empezó, pero crece cada vez más y parece imposible detenerlo. Nunca pensé que después de tanto tiempo de complicidad y cercanía llegaría el momento en que aun estando juntos no nos pudiéramos encontrar.

        Mejor me cambió de ropa y voy a clase, porque con darle vueltas en la cabeza no gano nada y si nos quedamos solos en casa la distancia se hace insoportable.

        -Hoy no vamos a aprender ningún paso nuevo. Creo que es importante que sepan qué están haciendo. Si no entienden qué es bailar tango, si no entienden su sentido, podrán hacer los pasos, pero nunca van a bailar tango. El tango es una danza de pareja abrazada con un abrazo que es contención, no estrujamiento. Abrazar es dar con los brazos abiertos y el que da con los brazos abiertos recibe con todo el cuerpo. Así unidos, los dos integrantes se desplazan en el espacio; pero no es un espacio cualquiera. Al contrario, es un espacio creado por los dos. Como dicen los Dinze: “El tango niega las matemáticas porque uno más uno no son dos sino uno, que es la pareja, o son tres, porque son él, ella y un tercer volumen”. Uno o tres ¡pero nunca dos!

        En un verdadero diálogo corporal y amoroso, donde los dos manejan la autodeterminación y donde también hay momentos de silencio, un  silencio que necesariamente forma parte del diálogo, que lo enriquece si quieren, pero que nunca lo anula. En este diálogo, los dos pueden proponer, porque aunque uno tome la iniciativa del primer movimiento, de acuerdo a cómo sea la respuesta, ya sea por velocidad, amplitud o dirección, es el siguiente movimiento. Por eso hay que aprender a vivir el error como posibilidad de enriquecimiento.

        Si esto no hubiera sido así, el tango no existiría. No deben enojarse ante una falla, busquen el contacto con el otro e intenten crear juntos. Finalmente el tango también es una forma de autoconocimiento, porque así como en nuestra vida de relación, ya sea como amigo, amante o padre, conozco mi calidad de tal a partir del otro, en el tango puedo ser un protector o un protegido, un dominado o un dominador, puedo ser infinitamente tierno, violento, o tal vez la mezcla de todo eso, y mi pareja está allí para mostrármelo. Esto que planteo no es fácil, peor sólo cuando lo entiendan podrán bailar, y además, de una manera distinta cada día: a veces con violencia, otras con ternura, otras en verdadero éxtasis, pero seguro no interrumpirán la danza.

        Mientras volvíamos caminando a casa, las palabras de Julio retumbaban dentro de mí. Era como si las frases hubieran tomado forma corporal y danzaran en mi cabeza, ocupándola, ordenándose, tomando armonía y sentido:
       
        “El abrazo es contención, no estrujamiento; tomen el error como posibilidad; si no le doy espacio él se lo va a tomar; mi pareja está ahí para mostrarme cómo soy; el encuentro es diálogo, no imposición; el diálogo es escuchar al otro, no suponer; el abrazo es dar espacio, no atrapar; el tango es dialogar, dialogar, dialogar…”
       
       
        La crisis pasó y efectivamente los dos tuvimos que aprender a vivir juntos, así como aprendimos a bailar tango.

 

 

(Tomado de “Amarse con los ojos abiertos”
[El desarrollo personal a través de la pareja]
de Jorge Bucal y Silvia Salinas.
Ed. Océano. 2004)